Fotografía: José F. Álvarez |
Pero aquella (flor) había
germinado un día de una semilla llegada de quién sabe dónde, y el principito
había vigilado cuidadosamente desde el primer día aquella ramita tan diferente
de las que él conocía. Podía ser una nueva especie de Baobab. Pero el arbusto
cesó pronto de crecer y comenzó a echar su flor. El principito observó el
crecimiento de un enorme capullo y tenía el convencimiento de que habría de
salir de allí una aparición milagrosa; pero la flor no acababa de preparar
su belleza al abrigo de su envoltura verde. Elegía con cuidado sus colores, se
vestía lentamente y se ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir ya ajada
como las amapolas; quería aparecer en todo el esplendor de su belleza. ¡Ah, era
muy coqueta aquella flor! Su misteriosa preparación duraba días y días. Hasta
que una mañana, precisamente al salir el sol se mostró espléndida.
La flor, que había trabajado con
tanta precisión, dijo bostezando:
-¡Ah, perdóname… apenas acabo de
despertarme… estoy toda despeinada…!
El principito no pudo contener su
admiración:
-¡Qué hermosa eres!
-¿Verdad? -respondió dulcemente
la flor-. He nacido al mismo tiempo que el sol.
El principito adivinó exactamente
que ella no era muy modesta ciertamente, pero ¡era tan conmovedora!
-Me parece que ya es hora de
desayunar -añadió la flor-; si tuvieras la bondad de pensar un poco en mí...
Y el principito, muy confuso,
habiendo ido a buscar una regadera la roció abundantemente con agua fresca.
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Y así, ella lo había atormentado
con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro
espinas, dijo al principito:
-¡Ya pueden venir los tigres, con
sus garras!
-No hay tigres en mi planeta
-observó el principito- y, además, los tigres no comen hierba.
-Yo no soy una hierba -respondió
dulcemente la flor.
-Perdóname...
-No temo a los tigres, pero tengo
miedo a las corrientes de aire. ¿No tendrás un biombo?
“Miedo a las corrientes de aire
no es una suerte para una planta -pensó el principito-. Esta flor es demasiado
complicada…”
-Por la noche me cubrirás con un
fanal… hace mucho frío en tu tierra. No se está muy a gusto; allá de donde yo
vengo…
La flor se interrumpió; había
llegado allí en forma de semilla y no era posible que conociera otros mundos.
Humillada por haberse dejado sorprender inventando una mentira tan ingenua,
tosió dos o tres veces para atraerse la simpatía del principito.
-¿Y el biombo?
-Iba a buscarlo, pero como no
dejabas de hablarme…
Insistió en su tos para darle al
menos remordimientos.
De esta manera el principito, a
pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había
tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado
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El principito arrancó también con
un poco de melancolía los últimos brotes de baobabs. Creía que no iba a volver
nunca. Pero todos aquellos trabajos le parecieron aquella mañana extremadamente
dulces. Y cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla al abrigo
del fanal, sintió ganas de llorar.
-Adiós -le dijo a la flor. Esta
no respondió.
-Adiós -repitió el principito.
La flor tosió, pero no porque
estuviera resfriada.
-He sido una tonta -le dijo al
fin la flor-. Perdóname. Procura ser feliz.
Se sorprendió por la ausencia de
reproches y quedó desconcertado, con el fanal en el aire, no comprendiendo esta
tranquila mansedumbre.
-Sí, yo te quiero -le dijo la
flor-, ha sido culpa mía que tú no lo sepas; pero eso no tiene importancia. Y
tú has sido tan tonto como yo. Trata de ser feliz... Y suelta de una vez ese
fanal; ya no lo quiero.
-Pero el viento...
-No estoy tan resfriada como
para... El aire fresco de la noche me hará bien. Soy una flor.
-Y los animales...
-Será necesario que soporte dos o
tres orugas, si quiero conocer las mariposas; creo que son muy hermosas. Si no
¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás muy lejos. En cuanto a las fieras, no las
temo: yo tengo mis garras.
Y le mostraba ingenuamente sus
cuatro espinas. Luego añadió:
-Y no prolongues más tu
despedida. Puesto que has decidido partir, vete de una vez.
La flor no quería que la viese
llorar: era tan orgullosa...
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“Yo no debía hacerle caso -me
confesó un día el principito- nunca hay que hacer caso a las flores, basta con
mirarlas y olerlas. Mi flor embalsamaba el planeta, pero yo no sabía gozar con
eso… Aquella historia de garras y tigres que tanto me molestó, hubiera debido
enternecerme”.
Y me contó todavía:
“¡No supe comprender nada
entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba
e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que
ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era
demasiado joven para saber amarla”.
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