EL HOMBRE
DEL TANQUE. PLAZA DE TIANANMEN 1989
“...debiendo ser los historiadores puntuales,
verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rancor ni
la afición, no les haga torcer el camino de la verdad, cuya madre es la
historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado,
ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir.”(Primera parte, Cap IX D. Quijote) Miguel de Cervantes, 1605
Ninguna
nación, pueblo, democracia, reino, república o dictadura escribe su historia
ajustándose a estas premisas. La visceralidad, el rencor, el apasionamiento, el
interés, la lisonja o el alago mueven las más de las veces la pluma del
narrador.
Personajes
que hoy lucen en altivos pedestales de plazas y jardines, cuyos nombres
grabados en mármol dan nombre a grandes avenidas, no tienen mayor mérito que
haber matado más y más rápido que sus enemigos. A estos individuos, vencedores
ellos, no les faltarán prostituidos maestros de la palabra que los adornen con
virtudes inexistentes y hasta desconocidas por estos falsos héroes. No les
faltarán, digo, cronistas a sueldo y prebenda que disfracen su ambición
enfermiza y su soberbia con grandes palabras, que de manoseadas las vacían de
contenido, como patria, nación, libertad, pueblo,… y que arropen su egolatría con los
colores de la bandera y con ideologías coloreadas.
Están
también aquellos que ayer, o en siglos pasados fueron vencidos y andando el
tiempo llegan a tomar el poder, y que alimentados de rancios rencores
retiran las estatuas de jardines y plazas y los nombres de las placas en las
calles de aquellos que un día les vencieron y los cambian por los mitos que ellos mismos fabrican, falsos personajes mitificados
que les llevaron a la ruina de la derrota en antiguas guerras y hoy, los nietos
o biznietos de aquellos, los elevan a título de héroes y mártires de una causa noble en apariencia, si la causa fuera real,
cuyo origen y verdad es inconfesable por mezquina.
Así la
historia queda en triste penumbra, reducida al simplismo rotatorio de buenos y
malos, siendo la realidad que todos son víctimas y verdugos, no de sus rivales
sino de su propia intransigencia, sus dogmas, sus complejos, sus líneas rojas,
blancas y azules, su avaricia y su ruindad.
Yo sería
feliz en un mundo libre de estos peligrosos héroes de barro y de sus acólitos.
En un mundo en el que cada cual hiciera su personal revolución pacífica, que marginara a todo hablador que siembre la cizaña del odio y se rompiera la cadena generacional de viejos agravios y centenarios
resentimientos.
Sería feliz si todos pudiéramos reconocer que los tatarabuelos de nuestros vecinos o de
los vecinos de más allá eran tan valientes y honrados como lo fueron los nuestros;
cuando nos despojemos de vanidades, podremos disponer de cronistas libres que
cuenten la verdadera historia, libre de prejuicios, donde los protagonistas sean
los científicos, literatos, músicos, deportistas o aventureros y también los
políticos honestos. Donde no haya más héroes que toda persona que cumpla con dignidad
su obligación y que pueda llegar al final de su vida sin derramar la sangre de nadie, sin vencer a nadie,
solamente “…vencedor de sí mismo, que
es el mayor vencimiento que desearse puede”, como D. Quijote llegó a su
aldea.
José F. Álvarez
Domingo, 28 de Febrero de 2010
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